Tras dos jornadas frenéticas, el agotamiento era patente, se avecinaba la fecha clave, el día señalado. El paso por Alburquerque había resultado realmente gratificante y prolífero, su ambiente hogareño, hospitalario y afable nos cautivó. Como mencionamos en la anterior entrega, el principal atractivo de este festival fue la ausencia de aglomeraciones, el desahogo con el que se degustaban los conciertos que permitía, paradójicamente, una proximidad inusual entre espectador y artista, siempre y cuando ambos estuvieran por la labor. De igual manera, son perceptibles el cuidado y el decoro con los que se atiende cada detalle.
Una vez dicho esto, la sesión del sábado dio comienzo con un conjunto murciano. Los experimentados integrantes de La Maniobra de Q desplegaron su noise pop abrumador en el Escenario de las Laderas. La banda nos mostró un sonido que impregnaba como el rocío sin apenas percibirlo, expansivo y de contrastes, con un dúo vocal que, por momentos, se desvanecía con sutileza entre sonidos de guitarras y arreglos de sintetizador. Entre su repertorio incluyeron temas de su último disco El Daño Está Hecho (2015) como “Jugar con fuego”, así como una versión de “La caja del diablo”. Una pena no haber podido presenciar la actuación íntegra, mas nos queda el consuelo de que podremos disfrutarlos por las salas de la Región.

La Maniobra de Q. Fotografía de la organización.
A continuación, La Bien Querida se enfundó la guitarra acústica y se situó en el eje del escenario. Una propuesta arriesgada, aunque poco sorprendente. En nuestra opinión, fue una decisión errónea, pues el concierto resultó en su mayor parte insulso y descafeinado. Ni los acompañamientos esporádicos de guitarra eléctrica pudieron revertir la situación. A pesar de ello, intuíamos lo que nos podía deparar la actuación, pero pensamos que se podría haber llevado por un cauce más dinámico y atractivo. “A veces ni eso” y “Poderes extraños” fueron de los pocos instantes en los que contemplamos a los asistentes despertar del letargo.

La Bien Querida. Fotografía de la Organización.
“Condenados a entendernos”. Apartamentos Acapulco entraban en escena. Nos invadió, por un segundo, el desasosiego al pensar que no conseguirían trasladar al directo, con integridad, todos los matices que conforman su LP debut. La duda se disolvió con asombrosa facilidad entre bruma y cantos volátiles, frágiles y punzantes, interpretados casi como plegarias. Pues la banda granadina alcanzó la plenitud sonora. Nos resultó llamativa la contundencia y consistencia de su sonido en vivo, características impropias de una formación “primeriza”. Todo ello acompañado de exquisitos y prominentes cambios de intensidad, donde se aunaban elegancia y fiereza, sutileza y brusquedad, simplicidad y ornamentación. Resultó imposible no sucumbir cuando interpretaron temas como “Scarlett”, “Romance de verano” o “Juan sin miedo”. Además, tuvimos la fortuna de compartir unos minutos con dos de sus integrantes, y nos comentaron que el disco no había surgido como un único concepto, sino que era fruto de una recopilación de momentos y experiencias distantes en el tiempo.

Apartamentos Acapulco. Fotografía de la organización.
Pasada la medianoche llegaría el punto de inflexión del festival, el momento más deseado y temido en dosis iguales. Todo había sido cuidadosamente preparado para el confort de los homenajeados. Tras un chascarrillo tosco y un intento de vídeo conmemorativo, Los Planetas abrieron la veda, de manera acertada, con “Islamabad”. A partir de aquí todo se torcería. Pues la apatía que exudaba la banda hacia el público y hacia el festival, que había dedicado tres días y una edición para rendirles tributo, superó los límites del rol de rockstar podrida de ego, y alcanzó tintes insultantes, únicamente espetaron un escueto, frío e inteligible “gracias”. Una actitud sobradamente conocida en la formación de Jota, pero que no por ello deja de ser menos indignante, pues parecen haber sido poseídos por el narcisismo más rancio. Quizá, y ojalá, esté completamente equivocado, mas ésta es la imagen que proyectan a su público. En los conciertos de Los Planetas hay dos opciones: o bien limitarte a contemplar una insulsa y rígida interpretación de un setlist, sin alardes, ni mucho menos improvisaciones; o por otro lado, abstraerte de lo que sucede en el escenario y evocar aquellas imágenes y recuerdos a los que, inconscientemente, has asociado esos temas que han marcado una época a lo largo de tu vida. Si te dejas llevar por la vertiente emocional y optas por la segunda opción, es completamente imposible que no disfrutes un concierto suyo, porque esas canciones forman parte de tu esencia, están incrustadas en tu sien. Mas, seamos realistas, ellos no van a hacer nada para hacerte sentir especial, eso corre de tu cuenta. Con motivo de esto, una duda rondó mi cabeza durante el concierto y es que si, por lo que se percibe, no les apetece tocar y hacer bolos, ¿por qué lanzan un nuevo disco e inician una gira? Creo intuir la respuesta, pero espero estar equivocado.
De igual manera, quedó demostrado tras la actuación que el último disco no es compatible con el formato de festival. Exceptuando tres canciones, el resto resulta demasiado denso e indigerible para asimilarlo de pie y con tantos conciertos a la espalda, un buen ejemplo es “Guitarra roja”.

Los Planetas. Fotografía de la organización.
Con todo esto no quiero decir que vaya a dejar de ser fan de Los Planetas, para nada, seguiré escuchando mis discos, emocionándome con ellos en soledad y contemplando las novedades de la banda. Simplemente que, conforme uno deja atrás la adolescencia, a menudo, cambia las gafas de la ingenuidad y la idolatría por las del desengaño y la frustración. Lo cual no es necesariamente negativo, pues son sentimientos indispensables e ineludibles, naturales y tremendamente intensos. Una vez la transición se ha completado, únicamente quedan ya vestigios de la resistencia y el anhelo de no haber conocido realidad, reminiscencias de un tiempo ¿mejor?
A partir de este punto, la electrónica retro de ambiente ochentero tomó el control del escenario. El show que ofreció El Último Vecino fue uno de los mejores del día, un estimulante y excitante despliegue de ritmo y movimientos frenéticos. Gerard Alegre eclipsó la actuación con sus danzas y sus lanzamientos de micrófono, el catalán parecía poseído por el techno pop de la banda. Para finalizar la vigésimo segunda edición del Contempopránea, los mallorquines Papá Topo nos ofrecieron un concierto desenfadado y bailable que terminó por desgastar nuestros zapatos con temas como “La chica vampira”, “El chico de Plutón” o “Akelarre en mi salón”, incluyendo una versión de “Si está bien”.
De esta forma pusimos punto y final a un festival singular, un festival cercano y que esperemos tenga el futuro asegurado, pues Alburquerque tiene un tesoro que debe ser cuidado con estima y decoro.
Agradecimiento especial a nuestro amigo portugués Carlos Manuel.

Papa Topo. Fotografía de la organización.